La vida de la ensayista Ana Pizarro posee la trashumancia vital e intelectual como sello, tal como queda de manifiesto en esta conversación con la historiadora Natalia López Rico.
Se formó originalmente en la Universidad de Concepción, que en los años sesenta era llamada “la Atenas de Chile”, y luego, tras el golpe de Estado de 1973, inició una vida de exilio que la mantuvo en movimiento entre París, Caracas y Ginebra. Antes de partir, adoptó las promesas de la revolución, se introdujo en los vericuetos de la literatura comparada y quedó poseída para siempre por una pasión indeclinable por el estudio. La literatura y la cultura de América Latina han sido sus temas recurrentes, y los ha abordado en solitario y también conduciendo proyectos colectivos que hicieron historia por su ambición y trascendencia. Ha sido, desde Chile, pionera en los estudios del mundo indígena de la Amazonía, y además ha incursionado en el Caribe y en África, descubriendo en todas estas regiones una hermandad de destino bajo el signo del pasado colonial y sus derivas siempre inconclusas. Para Ana Pizarro, lo suyo ha sido pensar desde zonas de frontera.